Por: Estheiman Amaya
Un ataque de nervios y de
ansiedad la llevó del aula al hospital en cuestión de minutos. Había recibido
una llamada del banco en donde le anunciaban la decisión de iniciar el proceso
de desahucio, pero además le proponían una alternativa que fue la gota que
rebasó el vaso.
Silvia es mi compañera en un
curso intensivo de francés. El banco le había propuesto postergar por diez años
su hipoteca. Pagaría menos durante los seis meses siguientes, pero al final la
deuda se le incrementaría unos 30 mil euros que tendría que pagar al final de
la hipoteca, cuando quisiese liberar su piso. En síntesis, el remedio era peor
que la enfermedad y Silvia no resistió más la presión.
Hoy está hospitalizada. Estuvo
a poco de un infarto que pudo haberle costado la vida. Como ella hay en España
millones de personas que ya no duermen pensando en qué momento se les anunciará
el desahucio o llegará la policía a
ejecutarlo. Y es que el drama de haberse endeudado con los bancos españoles es que, aunque la garantía de la hipoteca haya sido una propiedad, la
responsabilidad por la deuda no termina entregando el bien hipotecado, sino que
prevalece sobre los bienes presentes y futuros de la “víctima”.
Silvía seguirá en el hospital dos días más, afuera, ladrones de todos los pelambres se libran de ir a la cárcel pagando fianzas millonarias pero insignificantes si se les compara con lo robado. Es el país en el que vivimos, es la realidad cotidiana. ¿hasta cuándo lo permitiremos? La situación de desesperación quizás nos lleve a reaccionar o quizás la pasividad y el miedo nos conviertan en simples espectadores del desmantelamiento del estado de bienestar del que tanto nos sentíamos orgullosos.
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